el urdidor de embustes

Literatura, reflexión y otros aderezos

jueves, junio 23, 2005

Un arte cotidiano: Envidia ante el sabio

Con el paso de los años te das cuenta de que actitudes que no hace tanto te parecían simpáticas e incluso admirables se despliegan con toda su farisea y patética silueta en el presente. Pero, aunque sea más infrecuente, también ocurre lo contrario, y éste es uno de esos casos.
En esa realidad tozudamente diaria en que se me ha convertido viajar en tren, aprendes a entretenerte jugando con las intuiciones y, dentro de los habituales compañeros de trayecto, apostarías a acertar que este es un presumido, que aquella hoy está preocupada, que el del final del andén siempre con esa cara de despistado, y pensamientos parecidos.
Opinas sobre gente que ves fugazmente a diario pero con la que nunca has roto el hielo, con los consabidos argumentos de para qué, por qué yo, nadie lo intenta, más tranquilo así.
Pero de vez en cuando aparece alguien distinto. Tendrá unos sesenta años y algunos días nos hemos sentado en el mismo vagón, cerca el uno del otro. Da igual con quien se siente, él tiene la íntima necesidad de presentarse al otro con un educado comentario y le propone indirectamente que le cuente el motivo de su viaje y sus andanzas habituales en la vida. Como sus interlocutores minuto a minuto se encuentran cada vez más cómodos hablando con él, sueltan la lengua y empiezan a mostrarle rápidos bocetos de sus alegrías y problemas personales y más de una vez he podido escuchar como le ofrecen sus direcciones y le invitan a pasar si tiene oportunidad por sus casas o trabajos a tomar un café. Para seguir charlando otro ratito, nada más.
Hace años este hombre me habría parecido un pesado difícilmente soportable, sin embargo ahora le miro sin que él me vea y me digo quién llegara a su edad y siguiera luchando así contra la cansina muerte de tantas cosas, contra viento y modorras, a pecho descubierto.

5 Comments:

At 2:09 p. m., Anonymous Anónimo said...

Qué hacemos con nuestros ancianos... Qué va a pasar con nostros cuando seamos ancianos... Quién velará nuestro trémulo sueño... ¿Nuestros hijos?... Pobres, ocupados como estarán en mantener (al igual que nosotros ahora) su nivel de vida... Cómo el mercado no tenga claro que los anciano son buenos clientes, no sé qué va a ser de ellos.

 
At 2:36 p. m., Anonymous Anónimo said...

Buena reflexión. Bonita perla.
Además, los mayores guardan secretos que llenaríian miles de diarios.
Félix H. de Rojas

 
At 12:56 a. m., Blogger GVG said...

Hemos cambiado la palabra "anciano" por la palabra pensionista, hemos cambiado la palabra "experiencia" por prejubilación de una persona que ya no está para estorbar en la administración, hemos cambiado "viejo profesor" por jubilación anticipada de maestros con ideas atrasadas...si después se dedican sólo a ir a Benidor y cobrar de la Seguridad Social y exigir de la Sanidad más prestaciones, es que hacen lo mejor que pueden hacer y que les queda por culpa nuestra.

 
At 4:34 a. m., Blogger Fernando Díaz said...

Interesante texto, interesante reflexión.
Estás madurando hacia una profundidad temática que me interesa cada vez más.
Hay un punto de pérdida, de abandono viscontiniano, pero no hay cinismo y lo agradezco.
Hay una curiosa resignación ilusionada que fluye en tus líneas y las ilumina desde dentro.
Un placer leerte.

 
At 7:42 a. m., Anonymous Anónimo said...

Cuando he leído tu texto, es curioso que no he pensado en ningún momento en la edad del hombre que entabla conversación con sus compañeros de viaje. He pensado sin embargo, que sería estupendo si esa actitud fuese general. Me gustaría una sociedad en que las conversaciones con desconocidos fuesen habituales, en que no tuviésemos miedo a molestar al de al lado, o a que estuviese loco, o a que "éste quiere algo raro...".

Creo que dejamos pasar muchos buenos momentos, muchos intercambios de ideas, muchos conocimientos. Es una pena que todos seamos tan tontos. A cualquier edad.

 

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