Un arte cotidiano
A lo largo de la vida, hay características de una persona que siendo siempre básicamente las mismas, se van transformando. Para mejor o para peor, nunca se sabe.
Hablo de hablar. Del ejercicio más hermoso del que somos capaces y que marca nuestra identidad externa, haciéndonos crecer más allá de nuestra individualidad.
Pero más allá de esa capacidad primaria existe una habilidad derivada que nos ofrece momentos únicos, en los que se conectan sensibilidades y se crean atmósferas: la conversación.
¿Un arte, la conversación?¡Y de qué calibre! Pero, como todo arte, exige pasión en su vivencia, sentir que no hay nada más intenso que esas texturas mágicas que se entrelazan entre mentes que desean ofrecer y ofrecerse. Y ahí está el problema.
Naturalmente, existen casi tantos tipos de conversaciones como posibles interlocutores. En general, y yendo al meollo del asunto, las clasifico en dos: aquellas en las que me implico y aquella en las que no.
Considero que no nos implicamos cuando, por la propia naturaleza de la relación entre las personas, la conversación gira siempre sobre los mismos temas, como si existiera una barrera invisible e infranqueable que no se quiere superar y que determina que, cumplido el tiempo habitual del encuentro, se busque finalizarlo cortesmente lo antes posible. En la mayoría de las ocasiones existe el acuerdo tácito de que esto es así, en otras uno o varios de los individuos quieren implicarse y otro u otros no, lo que lleva a situaciones extrañas y desagradables que se enquistan, debido a que todos tenemos un reparo innato y lógico a decir a las claras lo que deseamos compartir con alguien, para evitar daños ajenos y, en otras ocasiones, propios.
Clara minoría son aquellas en las que nos implicamos, porque allí donde ponemos nuestra calidad interior siempre es más exiguo. Son aquellos encuentros que nos reconfortan, en los que arriesgamos y ponemos en juego las ideas profundas, los problemas que nos torturan, las ilusiones a las que tratamos de dar forma, donde ya no sólo es importante la palabra sino también o aún más la mirada y lo que se desliza entre las frases. Normalmente este tipo de comunicación se produce entre dos personas, raramente más.
Aparte de otros interrogantes que espero plantear en otras reflexiones, hoy dejo caer aquella que me parece más obvia: ¿Es deseable una actitud activa para trabajar en el "trasvase" de cantidad a calidad, o es más coherente dejarse llevar?¿la mayor dificultad a esa actitud activa serían las tristes leyes del premio y del mínimo esfuerzo que nos hace preguntarnos si se nos recompensará por ello y si los demás me entenderán?
3 Comments:
Siempre me ha gustado el pensamiento sobre las cuestiones cotidianas y saber hacerlo es de muy dotados Juan Carlos. No conocía esta faceta tuya. Adelante (y no es el slogan del BBVA)
Los tópicos permiten llenar nuestro miedo. El silencio (perdona por mi obsesión) es pavoroso. El mirarse a los ojos y con un gesto, descubrir nuestra desnudez.
En las conversaciones cuerpo a cuerpo, somos nosotros mismos.
Tal vez haya que buscar el término medio, no dejar de expresarnos pero a la vez hacernos comprensibles, y ¿qué puede haber más gratificante para un escritor que lograr esa comunión?
Publicar un comentario
<< Home