El proceso de construir una obra literaria es un reto admirable y terrible a la vez, el trabajo de creación recibe hermosos impulsos de la imaginación y desesperantes hachazos de la autoexigencia, pero así es este tortuoso recorrido, no hay atajos...dignos.
Disfruto especialmente escribiendo poesía, pero mi aventura personal es, desde hace tiempo, escribir y dar carne a una obra de teatro.
Llevo años iniciando y abandonando textos teatrales, pero apenas empiezan a pedirme agua, pan, pis y caca, mi confianza se diluye aparatosamente y un dulce torrente de excusas acude solícito a justificar mi inapelable decisión de que la crianza de esos dichosos engendros no es para mí.
Pues bien, después de varias semanas de dar vueltas a una idea he conseguido diseñar una primera arquitectura que siento más solida que en otras ocasiones, así que me he confabulado contra mí mismo para llevarla a cabo hasta el final, y desde ayer he emprendido la gran campaña con el primer folio tembloroso. Trece y martes, quién dijo miedo, con dos...
El hecho de publicar esta entrada no tiene otra razón que abrir la posibilidad a amistosos dedos internautas con buena memoria para flagelarme con el recuerdo de este compromiso recién nacido, en medio de un turbio futuro repleto de inciertas recaídas.
Hola, abismo, cómo te va. Mi nombre es Carlos, Juan ...Carlos.
